Mujer, desde que te amo vivo más en la tierra;
las huellas de mis pies son más profundas;
y desde que te amo me duelen dos dolores:
el dolor de verte y el dolor de no verte.
Por eso en tu presencia no sé cómo ponerme;
de aturdido no encuentro posición;
y mi corazón se agranda de tal modo,
que al caminar tropiezo con mi corazón.
Yo no sé qué hacer;
me lastima el amor;
y de un modo y tan vivo, de un modo tan duro,
que tengo las manos callosas de ahogar el dolor.
Para bien, para mal, siempre te nombro;
aunque te bendiga o aunque te maldiga.
Mi boca necesita de tu nombre
como de la saliva.
Nombrándote,
mi pena se achica, mi dolor amengua;
de tanto repetirlo noche y dia
lo siento escrito en la lengua.
Y con todo, sonrió, ¡pero cómo da pena!
-¡Para qué te habré visto la vez que te vi!-
Mi sonrisa es forzada y me pesa
como una cadena;
y tengo los ojos mellados
de clavarlos en ti.
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domingo, 14 de septiembre de 2014
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