El Divino Señor, bajo la fría
impasibilidad del firmamento,
tronchado por el último tormento
en el regazo maternal yacía...
Ni un reproche, ni un ¡ay! ¡Solo se oía
en aquel melancólico momento
como un susurro musical, el lento
gotear de los ojos de María!
El llanto de la madre que bañaba
el cadáver del hijo, se mezclaba
con los grumos de sangre carmesíes.
Y eran así las carnes nazarenas:
un búcaro de lirios y azucenas
cubierto de diamantes y rubíes.
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martes, 26 de mayo de 2009
Coloquio bajo el olivo. Andres Eloy Blanco. Autor.
Por mí, la flor en las bardas
y la rosa de Martí,
por mí el combate en la altura
y en la palabra civil;
para mí no hay negro esclavo,
para mí no hay indio vil,
por mí no hay perro judío
ni hay español gachupín.
El bravo ataca el sistema
y respeta al paladín,
el Cid abre herida nueva,
no pega en la cicatriz
y es pura la niña mora
como las hijas del Cid.
Por mí, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid.
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y la rosa de Martí,
por mí el combate en la altura
y en la palabra civil;
para mí no hay negro esclavo,
para mí no hay indio vil,
por mí no hay perro judío
ni hay español gachupín.
El bravo ataca el sistema
y respeta al paladín,
el Cid abre herida nueva,
no pega en la cicatriz
y es pura la niña mora
como las hijas del Cid.
Por mí, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid.
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